Vocación de servicio: transita 300 kilómetros diarios para dar clases en una escuela rural
Orlando Ríos depende de la voluntad de los automovilistas y la solidaridad de sus colegas para llegar a destino. Enfrenta caminos intransitables, pese al frío y la lluvia. Para los chicos, sus clases de teatro son un refugio. A pesar de las dificultades, sueña con llevar a sus alumnos a ver una obra en vivo. Una historia de dedicación y amor por la educación.
El maestro de 49 años oriundo de Carmen de Patagones -el distrito bonaerense más austral-, atraviesa día a día un viaje lleno de dificultades para llevar la magia del teatro a las escuelas rurales más alejadas de la provincia de Buenos Aires. Ríos no es solo un docente apasionado, sino también un verdadero guerrero que recorre más de 300 kilómetros haciendo dedo para enseñar en instituciones donde, muchas veces, las condiciones básicas de infraestructura son una utopía.
“Trabajo en una escuela que está casi a 310 kilómetros de Patagones, en el distrito de Villarino. No hay transporte directo que me lleve a esas localidades, así que muchas veces hago dedo o me las ingenio para llegar”, relata Ríos a LANOTICIA1.COM con una mezcla de resignación y firmeza. En ocasiones, los caminos de tierra que debe atravesar se vuelven intransitables por las lluvias, lo que complica aún más su llegada. “A veces no puedo llegar. Si llueve, los caminos se destruyen y no queda más opción que suspender las clases”, añade.
Orlando trabaja en la Escuela N°30 de Cardenal Cagliero pero su verdadera travesía comienza los miércoles, cuando en horas del mediodía, luego de dar clases en la Escuela N°19 de la localidad de Pradere, parte rumbo a la Escuela N°29 y el Jardín N°12 ubicados en La Catalina, un pequeño paraje rural al que solo puede acceder en camioneta junto a colegas que, como él, se enfrentan a los rigores del campo.
“Una vez en Pradere, hago dedo y voy hasta el final de la Ruta 3, en la rotonda de Bahía Blanca. Ahí engancho la Ruta 22 hasta llegar a Algarrobo, donde me quedo en la casa de una compañera que me recibió cuando empecé a trabajar en esta zona. Desde su casa, me llevan en camioneta hasta la escuela rural, que está a unos 50 kilómetros, en Villarino, casi al límite con La Pampa y Río Negro. Es un lugar impresionante», cuenta ante nuestros micrófonos.
A pesar de las incontables complicaciones, la sonrisa de los niños y el cariño de la comunidad compensan todo el sacrificio. “Cuando llegás, los chicos te reciben con un abrazo, con un dibujo o una torta frita. Esos gestos te llenan el alma. Me olvido del viaje, del frío, de la lluvia, y siento que todo vale la pena”, comparte con emoción.
El compromiso de Ríos es tan profundo que ni siquiera la pandemia ni un grave problema de salud lograron detenerlo. “En 2020, tuve pancreatitis necrotizante, perdí el 30% del páncreas. Aun así, después de salir del hospital, decidí seguir viajando. No podía dejar de enseñar, aunque eso significara pasar solo dos horas por día con los chicos”, cuenta. Su determinación no pasó desapercibida en la comunidad. “Una vez, una señora de 80 años me dijo mientras hacía dedo: ‘Vos sí que tenés vocación. Yo ya habría tirado la toalla hace rato’. Esos momentos te dan fuerza”.
Sin embargo, la realidad en las escuelas rurales es dura. Ríos explica que muchas de ellas no tienen ni siquiera lo básico: “En la Escuela N°29 no hay luz, lo que afecta hasta el suministro de agua en los baños. Tampoco hay calefacción, por lo cual en este invierno que hizo mucho frío, nos las tuvimos que ingeniar para calentar el ambiente. Es increíble que estemos en 2024 y aún falten cosas tan elementales. Pero uno sigue, porque sabe que la enseñanza es más que solo dar clases”.
La educación en estas zonas del interior enfrenta no solo problemas de infraestructura, sino también la cruda realidad de los alumnos, que a menudo tienen responsabilidades familiares que los alejan de una infancia plena. “Muchos de los chicos tienen que ayudar a sus padres cortando leña o trabajando en la salina. Hay otros que han venido a la escuela sin útiles escolares, diciendo que tienen hambre porque en sus casas no hay nada para comer. También he tratado con situaciones más graves, como problemas de abuso o maltrato en el hogar”. “Es por todo esto que el teatro es para ellos un refugio, un momento en el que pueden ser simplemente niños”, expresa Ríos con orgullo.
A pesar de la compleja realidad que atraviesa a estos estudiantes, Orlando tiene el objetivo de llevar a los chicos a ver una obra de teatro en vivo. «Mi sueño es que estos chicos puedan experimentar el teatro en su totalidad, ya sea en Bahía Blanca o en cualquier lugar cercano. No se trata de formar actores, sino de ofrecerles herramientas que enriquezcan sus vidas», concluye.
Orlando Ríos, con su incansable entrega y vocación, es un ejemplo de cómo la educación puede transformar vidas, incluso en los rincones más apartados. Su lucha diaria por llegar a esas escuelas rurales es un testimonio de compromiso que va más allá de la enseñanza. Para él, cada kilómetro recorrido, cada día superado, significa una oportunidad más para que sus alumnos se encuentren con un espacio de libertad, creatividad y esperanza: “No me arrepiento de la profesión que elegí. Siempre debemos seguir adelante y nunca rendirnos”.
Fuente: Argensur -diario digital